Nuestro viaje empezó poco antes de acabar 2019. Empezaríamos nuestros locos años veinte a quince horas de nuestra amada Madrid. Los ocho ya estábamos inmersos en una nueva aventura rumbo a la Costa Oeste de Estados Unidos, para recorrer un tramo de la mítica Ruta 66.
La primera parada: San Francisco. Quién no ha oído hablar de ella. Las series de los ochenta estaban plagadas de imágenes de sus empinadas calles y sus icónicos edificios. Y así es. No decepciona. Es preciosa, de esos lugares llenos de magia y en los que no te importaría quedarte una temporada. Sus aceras brillan de limpias, sus gentes son acogedoras y amables y en cada rincón descubres cuánto te gusta. Cruzamos el Golden Gate (hicimos una excursión específica en la que también veíamos Sausalito y el parque de las secuoyas, ahí tengo que reconocer que el tiempo nos jugó una mala pasada y la lluvia nos impidió disfrutar todo lo que esperábamos, pero qué es una aventura sin alguna sorpresa inesperada?) También visitamos Haight-Ashbury , epicentro del movimiento hippie en los años 60.
Estuvimos en el barrio de Nob Hill, cerca del downtown, con sus famosas y empinadas cuestas, como Lombard Street, y en dónde pueden verse sus típicos tranvías: En el sorprendente Palacio de Bellas Artes, en el distrito de la marina, un curioso edificio de estilo neoclásico. En Fisherman’s Wharf, en el muelle pier 39, donde vimos a varias decenas de leones marinos sestear perezosas y por supuesto en Chinatown, donde tuvimos la suerte de ver los ensayos de sus “dragones” para en año nuevo chino)
San Francisco es una ciudad rica, y eso se nota, por eso choca ver las inmensas bolsas de pobreza. Los Homeless (personas que viven en la calle) son demasiado frecuentes, siempre pacíficos, pero no por ello, menos dolorosos a los ojos del viajero.
Dentro de nuestros planes, estaba visitar Yosemite, pero los hados se conjuraron contra nosotros: no encontramos ningún coche para alquilar y el parque estaba cerrado por el mal tiempo, en fin, habrá que volver!!
La siguiente parada, fue Lós Ángeles. Y, qué queréis que os diga, ya desde el avión (el medio que elegimos para llegar) te deja sin palabras. Es una ciudad inmensa, casi infinita. Ahí eres consciente de que las dimensiones en América no tienen nada que ver con las de Europa. Tuvimos que coger un autobús en el aeropuerto para ir al lugar donde recoger el coche, o mejor dicho furgoneta de 15 plazas!!, ya os he dicho que aquí todo es a lo grande. Los Ángeles es una ciudad que ha crecido a lo ancho. Los edificios no superan, salvo en el corazón de la ciudad, las cuatro plantas y se extiende casi me atrevería a decir, hasta el infinito y más allá.
Os confieso que fueron dos cosas las que más nos llamaron la atención: las pocas personas que pasean por sus calles y la inmensa cantidad de sin techo que la habitan. Todo ello contrasta con el mítico paseo de la fama en dónde nos pudimos fotografiar junto a las estrellas de todos nuestros ídolos del cine y ver los maravillosos lugares llenos de glamour que se ven en cada gala de Hollywood. Y cómo no, subir al observatorio Griffith, ver de lejos el mítico cartel blanco y contemplar el skyline de una ciudad capaz de ser decorado de películas como La la land o Rebelde sin causa…
Disponer de un vehículo es estupendo! Las carreteras son buenas y tienes libertad para curiosear y disfrutar a tu aire. Y entre las cosas de las que pudimos disfrutar fue de sus playas en el Pacífico. Los más valientes del grupo hasta se bañaron y todos nos enamoramos de la maravillosa puesta del sol desde Santa Mónica!!
Nuestra siguiente parada era Las Vegas, pero pudimos tomarnos nuestro tiempo por el camino. Visitamos un auténtico pueblo minero, comimos en la genuina Peggy Sue’s (qué rico todo, por favor) , paramos en la presa Hoover, y nos imaginamos ver a Superman sobrevolándola. Y ya sin sol, llegamos a Las Vegas. Íbamos a pasar solo una noche y partíamos muy temprano al día siguiente para el Gran Cañón, por eso os hablaré después de ella.
Ver el Gran Cañón del Colorado te deja sin palabras. Estaba nevado, vimos atardecer. Su belleza y majestuosidad es tal que realmente te sobrecoge. Nadie está preparado para lo que se ve y se siente, por muchas imágenes que hayas visto. Te aseguro que te quedas sin respiración. Esa noche dormimos en el hotel Confort Inn Near Grand Canyon, en Williams. Volvíamos del Gran Cañón, con mucho frío, habíamos estado a varios grados bajo cero, todo nevado y al llegar nos ofrecen poder disfrutar de una piscina de agua caliente y un jacuzzi. Casi nos derretimos de gusto!!!! (un apunte, nuestra experiencia nos ha enseñado a llevar siempre en la maleta un bañador y unas chanclas para poder disfrutar de sorpresas como esta)
Y al día siguiente, volvimos a Las Vegas. Estábamos alojados en el hotel Luxor temática egipcia. Cuando entramos desde el párking y vimos el hall, también perdimos la respiración. He visto aeropuertos con menos mostradores que la recepción del hotel y menos colas. Mirases donde mirases había máquinas de todo tipo con luces, colores y sonidos varios. En este hotel y en todos. Hasta en el aeropuerto!!!
Como eran las fiestas navideñas, todos los hoteles que visitamos estaban adornados con esa temática, pero una vez más debo reconocer que allí, todo es a lo grande: un trineo de Santa Claus de cuatro o cinco metros de altura. El espectáculo del hotel Bellagio, donde las fuentes, al rimo de la música, lanzan el agua a tal altura y con tanta fuerza que te impresiona que no te salpique, hasta que eres consciente que el estanque en el que está tiene dimensiones pantagruélicas, las capillas para celebrar bodas (incluso dentro de algunos hoteles) o las decenas de limusinas que transitan por sus calles. Y qué decir de sus outlets donde las compras son una auténtica tentación. No me extraña que sea tan popular: “lo que ocurre en HV Las Vegas, se quede en Las Vegas”.
Y, como todo llega a su fin, nuestra maravillosa aventura también. Y tras otras quince horas de viaje, Madrid nos volvió a acoger como solo nuestra ciudad sabe hacerlo y más en la mágica noche de Reyes. Habían pasado diez días desde nuestra salida y la sonrisa que nos acompañó durante nuestro periplo americano aún nos dura…